La Cruz de la Atalaya o los Mártires de la Miseria
Este largo poema fue compuesto en el siglo XIX por Sebastián López Arrojo y está incluido en su libro Verdugos de prosa y verso. Se inspiran estas estrofas de corte constumbrista en una leyenda que contaba en Pozuelo y que se desarrollaba en el crucero que se alza sobre un cerrillo a medio camino entre este pueblo y Húmera desde 1731, año en que por motivos desconocidos el caballero de la Orden de Santiago, A. de la Torre, como así versa en la roca granítica, lo manda edificar.
Desde su composición, el poema se hizó muy popular entre las gentes de Pozuelo y hasta bien entrado los años 30, los maestros de la localidad lo hacían recitar a sus alumnos, quedando para siempre impreso en la memoria de muchos de nuestros mayores.
( Psd: “libreta” : nombre popular que se daba a las hogazas de pan.)
La Cruz de la Atalaya o los Mártires de la Miseria
(Leyenda)
I
“ Por una ondulante senda
que va al borde de unos cerros
que se elevan a la espalda
de la ermita de Pozuelo,
se dirige al barrio de Húmera
un niño de humilde aspecto,
con mirada vacilante,
pero con paso resuelto.
Va solo: su marcha rápida
e inquebrantable silencio,
sus sollozos y actitudes,
encierran algún misterio.
De vez en cuando se para
y vuelve el rostro hacia el pueblo
límpiándose entre suspiros
las lágrimas con los dedos…
¡ Pobre muchacho! Su traje
en demasía modesto,
no logra apenas cubrirle
lo más precioso del cuerpo.
Sus pies… sus pies descalcitos
sufren el roce del suelo,
sin que las llagas que ostentan
detengan su andar ligero.
Es de noche y hace un frío
cual suele hacer en invierno,
capaz de helar en la boca
el más ardoroso aliento.
Pero el muchacho no cede,
y sigue firme el sendero
como el ser que en nada encuentra
para sus males remedio.
Una regular libreta,
que guarda con mucho esmero,
de su dolorosa marcha
es el único consuelo.
II
Cualquiera que por suerte un día vaya
desde el barrio de Húmera a Pozuelo,
verá alzarse modesta sobre el suelo
una cruz…que es la Cruz de la Atalaya.
En ella se consigna unicamente,
que un tal de la Torre, de Madrid vecino,
lo mandó edificar cristianamente,
porque a su fe, sin duda, as{i convino.
El año que la cruz fue levantada
en paraje tan bello y oportuno,
se halla inscrito en su base venerada
y es el “ mil setecientos treinta y uno”
A su sombra feliz en el estío
largas horas descansa el caminante,
y en invierno a su pie busca anhelanta
los rayos con que el sol anula el frío.
¡ Oh Cruz de la Atalaya! ya que el cielo
siglo y medio sin marcha te ha guardado
para la gloria de Húmera y Pozuelo,
¡pide al cielo que este mundo airado
tu porvenir no manche a tu pasado!
III
¡ Fatal noche! Espesa lluvia
se esparce sobre la tierra,
al par que un furioso viento
el triste cuadro completa.
¡ Ni un alma por los caminos
andaba en la noche aquella!
Tal es el pavor que infunde
la embravecida tormenta…
Mas dije mal, que un muchacho,
a juzgar por su apariencia,
sube silencioso y firme,
sin que nada le detenga,
las cuestas que en la Atalaya
conducen en linea recta.
Apenas entre la lluvia
y el rudo viento que reina
se ve su pequeño cuerpo
oscilando por la senda.
Cae unas veces y al punto
como puede se endereza,
para más tarde en un charco
meter sus desnudas piernas.
Su afán único es correr
con la mayor ligereza
y resguardar de la lluvia
cuanto puede, una libreta…
¡ Infeliz! Vagando solo,
sin darse del hecho cuenta,
la ley del progreso sigue,
que ir adelante ordena.
Y va adelante inflexible,
¡adelante! sin que puedan
los elementos pararle
en su rápida carrera.
Pero ¡ ay! en el mundo todo
a hallar su término llega,
y la marcha del muchacho
por fín a su punto cesa.
Rendido y hambriento el pobre
y agobiado por su pena,
junto a la Cruz mencionada
cayó privado en la senda.
………………………………………
¿ Por qué en ocasión tan crítica
no come el pan que lleva?
¿ No comprende que en peligro
pone el hambre su existencia?
¿ Por qué semejante empeño
en conservar la libreta?
¿ Por qué ese afán decidido
en proseguir su carrera?…
IV
No lejos de Somosaguas
por aquel tiempo existía
al pie de un cerro, una cueva
pequeña y ya casí hundida.
Gran parte de los mendigos
que a Pozuelo entonces iban,
encontraban en la cueva
humilde y triste guarida.
A la sazón una anciana
y un muchacho allí vivían,
padeciendo resignados
toda clase de desdichas.
Una tarde, viendo el niño
que la anciana se moría,
porque el hambre lentamante
su organismo destruía ,
procuró con fe y ternura
dejarla un poco tranquila,
y él marchó a pedir limosna
a la ya citada villa.
¡ Mientras la anciana, sin fuerzas,
su existencia maldecía,
el muchacho, fiel, buscaba
medio de alargar su vida!
Pero el hado es muy severo,
y nadie burla sus iras,
por mucho afán que desplieguen
las almas caritativas.
Y cuando el niño afanosos
una libreta traía,
que en Pozuelo hubo adquirido
con limosna obtenida,
el hado quiso que un síncope
aumentara su desdicha
destruyendo así una acción
tan espontanea y tan digna.
…………………………………………..
Ahora puede comprenderse
porqué llevaba tal prisa,
conservó la libreta
con peligro de su vida
ese niño que es el mismo
que a la Atalaya subía
V
Al día siguiente, en hombros,
cuatro sencillos labriegos
el cadáver de una anciana
conducían a Pozuelo.
Detrás un guarda-jurado
cerraba con grave aspecto
el triste cuadro que hacían
los cuatro sepultureros.
Así a compás caminando,
los tejares traspusieron
sin que el menor accidente
perturbase su silencio.
Mas, después de un cuarto de hora,
al avanzar sobre un cerro,
la alta Cruz de la Atalaya
para su mal distinguieron.
Allí , mitad de camino,
paró el fúnebre cortejo
y una tristísima escena
los ojos de todos vieron.
A la Atalaya abrazado
yacía en eterno sueño
con una hermosa libreta
entre sus crispados dedor,
un muchacho, vera efigie
del más pobre pordiosero….
VI
Aquel…¡ oh suerte tirana!
aquel pobre muchachuelo…
¡ era el hijo de la anciana
que llevaban a Pozuelo! “
Poema de Las Lavanderas
La Asociación Cultural La Poza ha propuesto al Ayuntamiento que en un futuro, dado el cambio de ubicación de la Fuente de la Poza, se erija un monumento que recuerde este entrañable rincón de la localidad. El monumento que será un tributo a la Poza y las lavanderas irá acompañado del poema de María Perez de Rozas, mujer entrañable y querida, que versa así:
Recuerdo de La POZA
“En Pozuelo hubo un oficio
que nadie se acuerda ya
que no por ser más sencillo
era menos de admirar.
Lavanderas de Pozuelo
que con vuestros carros vais
carretera hacia Madrid,
por ropa para lavar.
No os importa el viento,
ni, quizá, la tempestad,
teneis una obligación
y la ropa hay que lavar.
Había un buen lavadero
con unas aguas muy claras
y cinco caños corriendo
de la noche a la mañana.
Estas valientes mujeres
hacia La Poza marchan.
Al amanecer el día
aunque haya una nevada
con sus enormes banquetas
y sus mantas zamoranas.
De rodillas las tenemos
cayéndolas todo el agua
pero ellas todo lo aguantan
y así la ropa se lava.
Venían en los veranos
a Pozuelo de Alarcón
muchas y buenas familias
de muy alta condición
les gustaba ver La Poza
como siempre se llamó,
con las mujeres lavando
con el frío y el calor
y que lavaron sus ropas
con ese espléndido sol.
De ahí nació ese oficio,
de su esfuerzo y tesón,
para bastantes familias
fue siempre la solución
y así vivian felices
trabajando con amor.
Pasaron bastantes años
y La Poza se cubrió
gracias a una familia
que los gastos les pagó,
hasta que llegó la guerra
y el oficio se acabó.”